La historia de Mariana, la hija del represor Miguel Etchecolatz que marchó para repudiar el intento de otorgarle el beneficio del 2×1 a un condenado por delitos de lesa humanidad, y que fue publicada por la revista Anfibia, movilizó a Erika –su padre, Ricardo Lederer, desempeñó un alto cargo en la maternidad clandestina de Campo de Mayo– a publicar en su muro de Facebook: “Los hijos de genocidas que no avalamos jamás sus delitos, esos que gritamos en sus caras las palabras «asesino» y «memoria, verdad y justicia», por pocos que seamos, podríamos juntarnos para aportar datos que hagan a la construcción de la memoria colectiva”. Y se empezaron a juntar nomás.

“El puntapié inicial, porque ya veníamos cada uno haciendo un camino, solitarios, pero haciendo un camino, fue la nota de Mariana Etchecolaz, eso fue lo que nos movilizó”, cuenta Erika, abogada especialista en mediación en contextos de encierro del Ministerio de Justicia y nacida en el oscuro 1976. “Ante una propuesta mía, a aquellos que estábamos en la misma condición y con la misma consigna de memoria verdad y justicia, casi que con urgencia y a los dos días de la propuesta ya nos encontramos con dos compañeras más, Analía Kalinec y Liliana Furio. Después ya fuimos 6, sumando incluso a un varón, Martín Azcurra, y se formó el colectivo, que es lo lindo de esto. Porque si es una idea social, entendemos que la única manera de sanarla y propender a una cura posible, es de manera colectiva. Ahí surge la página de Facebook Historias Desobedientes y con Faltas de Ortografía”.

Ese es el espacio virtual que sirve de plataforma para estos primeros pasos que están dando aquellos hijos e hijas de genocidas que se atrevieron a cuestionar y repudiar los crímenes cometidos por sus padres. “Estamos muy conmocionados, es dulce pero también mueve muchas cosas, muchos recuerdos. En los encuentros hay palabras claves que fueron apareciendo mucho como «soledad», «traición», «vergüenza», que muestran como venía dándose el camino individual”, señala Erika, y remarca: “En el seno familiar, opinar de esta manera implicaba romper un pacto de silencio y ser desplazado del clan”.

—¿Cómo fue tu infancia y el empezar a saber a qué se dedicaba tu papá?
—Los procesos son dispares en cada individuo. En el mío fue paulatino. Iba tomando conciencia de manera paulatina, con cosas que no cerraban. A muy temprana edad hacía preguntas de las cuales no encontraba respuestas, o recibía reprimendas, como por ejemplo cuando lo escracharon en Página|12 a mi viejo por defender a Camps. Fue bravo desde siempre. Mi viejo se va de baja en el 82, cuando era incipiente el desprecio hacia los militares pero se estaba empezando a dar, y no entendía porqué todos pensaban y opinaban muy distinto a lo que se escuchaba en casa, y porqué no podía hablar de eso afuera. Lo importante es poder salir del dolor y poder pasar a la acción, y a la esperanza, y que no suene poético solamente sino que implique una praxis. Por eso nos estamos juntando casi todos los días y el 3 de junio, en el marco de la movilización del Ni una menos, ya vamos a marchar con bandera propia.

—¿Podías hablar con tu madre de esos temas?
—Con mi mamá de eso no se hablaba, con ella siempre fue más que nada silencio. Algo que hablamos con los compañeros ahora es que ellas son como las hijas “sanas” del patriarcado, de una sociedad que en ese momento aplaudía muchas de esas cosas. Cómplices civiles de la dictadura, no son otra cosa que eso.

—¿Y con tu papá?
—Con mi viejo hablé de manera franca siempre. Me costaba mucho hacerlo y muchas veces me costó incluso palizas feroces, pero lo pude hacer siempre. Siempre pude decirle a él, asumiendo las terribles consecuencias que eso me significaba, lo que yo opinaba. Hasta el último día.

—¿Tenés hijos?, ¿cómo manejaste tu historia con ellos?
—Tengo dos hijos y les hablo de mi historia, por supuesto. La única manera que entiendo que se puede formar seres de bien, es educándolos en la verdad, aunque duela. Y vaya si duele. Los he visto llorar bastante, pero no concibo otra forma de educarlos.

Ricardo Lederer, obstetra de una de las maternidades clandestinas que funcionaron en los sangrientos años en que se perpetró el terrorismo de Estado, se suicidó en 2012, cuando se confirmó la identidad del nieto recuperado Pablo Javier Gaona Miranda, de quien el represor había firmado el acta de nacimiento falsa que facilitó su apropiación, y a los pocos días de que su hija le enviara un mensaje de texto que rezaba: “Memoria, Verdad y Justicia”.

“Muchos de los compañeros y compañeras con los que nos venimos juntando, tienen a sus progenitores vivos, detenidos y cumpliendo condena. Algunos no tienen vínculo, otros sí. Y lo que tenemos claro es que tenemos que exigirles que aporten lo que sepan. Ese es el pedido y la razón, a la vez, por la que uno deja de vincularse ante la negativa de dar datos que uno sabe que existen”, destaca Erika, y abunda: “Muchos de los que se comunicaron con nosotros a través de Facebook, son personas que han perdido a sus padres en lugares de detención por los que saben pasaron nuestros padres. Y se comunican para pedirnos eso, que les demos algún dato. Es muy fuerte”.

—¿Cuál fue la repercusión que tuvieron a partir de que se publicaran sus historias?
—Estamos recibiendo un aluvión de historias. Algunas cruzadas, porque uno dice «hijos» y por ahí puede referir a un hijo de un represor o a un hijo o familiar de un desaparecido. Nos llegan de todo el país y algunas son de un tenor y una urgencia que jamás hubiésemos pensado. Por eso aclaramos que estamos en una etapa de organizarnos, de intentar dar una respuesta a cada una de esas historias siendo respetuosos de ellas. Viendo cómo articular todo esto y lo primordial es ponernos en contacto con organismos de derechos humanos, que ya se han acercado varios, porque ellos entienden muchísimo más y vienen de años de organización y lucha. Nosotros no llegamos a 10 días. Pero, repito, hay casos que ameritan urgencia porque incluso están siendo amenazados hoy en día. La herida y el daño son actuales y se están dando hoy. Hay personas que la están pasando realmente muy mal.

—¿Cómo fuiste viviendo los retrocesos que se fueron dando a partir del cambio de gobierno en torno a los juicios contra responsables del terrorismo de Estado y los embates contra todo lo que tenga que ver con la lucha por los derechos humanos?
—No me asombra para nada todo lo que está sucediendo. Se veía venir claramente porque uno entiende la lógica con la que piensan. Reflotar la teoría de los dos demonios y poner en duda la cantidad de desaparecidos es algo que habilita a un montón de cosas. Incluso a que se tomen decisiones que después la sociedad legitima. En relación al 2×1 y los beneficios excesivos que se les estaban otorgando o se le pretendían otorgar a los genocidas en este último periodo, no cabe más que repudio, y tiene que ver con nuestro estallar en la bronca porque son años de lucha. Nosotros mismos, que somos hijos de milicos genocidas, vivimos las consecuencias de lo que pasó. Nos afectó. Y nos sigue doliendo nuestro país porque faltan niños, hoy de mi edad, que hay que encontrar. Y faltan cuerpos por despedir.

Fuente: El Eslabón

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