Entre el viernes 18 y el domingo 20 en el cine Arteón se desarrollará Ciudades Reveladas – I Muestra Internacional de Cine y Ciudad, con seis largometrajes y cinco cortos de Alemania, Argentina, Brasil, Chile, China, Egipto, Inglaterra y Venezuela.

“Ciudades reveladas, qué buen nombre”, fue lo primero que pensé cuando, hacia los primeros días de septiembre del año pasado, las organizadoras de la muestra nos invitaron a proyectar el documental Rosario: Ciudad del Boom, Ciudad del Bang, dirigido por Martín Céspedes y realizado por la Revista Crisis y el Club de Investigaciones Urbanas, en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti.

La muestra alojó al documental (interesado en vincular fenómenos sobre la ciudad que raramente se presentaban enlazados en los análisis y discursos políticos: soja, desarrollo y especulación inmobiliaria y narcotráfico) junto a otras cincuenta y dos películas (largos, medios y cortos) elegidas según diversos ejes ligados a lo urbano: transformaciones, medio ambiente, intervenciones en el espacio público, arquitectura, acceso a la vivienda, derecho a la ciudad, personajes, capitalismo, globalización y espacio, movimientos sociales y culturales, entre otros.

Luego de la proyección (la primera pública, pocos días antes del estreno oficial en Rosario) nos quedamos conversando. Alguien dijo ¿por qué no llevar la muestra a Rosario? La pregunta, seductora, viajó desde la ciudad de la furia a la de los pobres corazones y, una vez aquí, se convirtió en un ¿cómo?

Entonces se dispararon todos esos procesos de ingeniería microsocial contemporánea: algunos generales, los que implica cualquier trabajo actual de organización colectiva –mails, propuestas, contrapropuestas, coordinaciones– y otros específicos, propios de una muestra de cine –compartir, ver y seleccionar las películas–. Su resultante es la inminente presentación de la itinerancia rosarina de Ciudades reveladas, que tendrá su tiempo y su lugar los días 18, 19 y 20 de julio en el bello Cine Teatro Arteón (Sarmiento 778, planta alta).

En esta versión comprimida será posible ver once de las cincuenta y dos películas proyectadas en Buenos Aires. Seis largos y cinco cortos de diferentes procedencias: Alemania, Argentina, Brasil, Chile, China, Egipto, Inglaterra y Venezuela. A ellas se agrega una obra de manufactura local: el corto Una calle me separa (2012), primera producción audiovisual del Club de Investigaciones Urbanas dirigida por Salvador Márquez, dedicada a la gentrificación del barrio Refinería y su obscena expresión de las polaridades sociales.

La muestra, como las ciudades mismas, es caleidoscópica: el repertorio de films presenta la vida urbana contemporánea como territorio de catástrofes y milagros, injusticias y oportunidades, violencias, crímenes, memorias –dolorosas o alegres– e imaginarios de futuro. Pero también como zona de tensiones, disputas y alianzas entre técnica y política, como choque entre tendencias democratizantes y autoritarias y como nudo –y fatal– escenario de circulación de flujos financieros capaz de arrasar cualquier atisbo de calidad y calidez humana.

Ese caleidoscopio encierra una decisión, una perspectiva (en verdad, muchas) y, como tal, supone un aporte específico al debate y la imaginación política: pensar la ciudad requiere tener presente una multiplicidad de variables articuladas; asimetrías de poder, mundos culturales, descubrimientos sociales, resistencias en escenarios imprevistos para una mirada que asigna a priori los lugares dignos de política. El territorio como continuum de diferencias.

Por eso, quizá, la gacetilla de invitación dispara preguntas: “¿Cuáles son las relaciones de poder que dan forma a los lugares en los que vivimos? ¿Cuáles son los nuevos conflictos sociales que marcan el pulso de la vida en las urbes? ¿Qué mantiene unidas a las ciudades? ¿Qué las separa y fragmenta? ¿Cómo padecen los cuerpos la expresión sangrienta de los poderes? ¿Cómo se expresa el goce del consumo en la arquitectura? ¿Qué políticas alternativas somos capaces de inventar para nuestras coyunturas urbanas?”. Por eso, también, durante los días de proyección se podrá conversar con directores y movimientos sociales interesados en la dimensión audiovisual de sus prácticas, en su eficacia como intervenciones.

Rosario es una ciudad –como otras, pero aquí vivimos– cuyas transformaciones en las últimas décadas la convirtieron en territorio de nuevas relaciones y conflictividades sociales, obstáculos y posibilidades, ideas e imaginarios, alegrías y angustias. Cambió lo que se entiende por vivir juntos, se reordenaron las tramas urbanas y los límites simbólicos, los desplazamientos, las formas del encuentro y los contactos, las relaciones con las localidades vecinas, con el resto del país y con el mundo. Ante eso, las respuestas y estrategias pueden ser muchas: algunos –más reactivos– nadan en la nostalgia de una ciudad perdida que caminaba a un ritmo más afín a los pueblos pampeanos que a las grandes ciudades; otros llaman crecimiento al mero arrasamiento extractivista/especulativo; otros más sueñan con reconducir las complejidades de la vida contemporánea hacia una expresión unívoca. Efectivos o no, lo cierto es que no parecen ser caminos deseables. Lo cierto, también, es que urge proponer otras imágenes, otros discursos, otras estrategias.

La historia del cine es, en buena medida, su potencia para participar en la conformación de deseos sociales. Por eso una muestra.

Veremos.

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