El grupo Iró Baradé, con tambores afroamericanos y desde Rosario, desata los cuerpos con un relato sobre la identidad. María Laura Corvalán cuenta de qué se trata la experiencia que une el baile ancestral con la cotidianidad urbana.

El grupo Iró Baradé (combinar con la naturaleza) viene trabajando en Rosario las danzas afro como una forma de búsqueda expresiva ancestral y como modo de resistencia a la opresión. María Laura Corvalán (Lali), bailarina y comunicadora social, es una de las referentes de esta propuesta que se ha hecho visible públicamente en las manifestaciones por el Día de la Memoria y el Ni Una Menos, entre otras.

“Los bombos llaman al santo y quien que canta lo está invocando. Mientras, el cuerpo se apresta para cuando el santo baje. Pero ese santo es un ancestro, un tatarabuelo, alguien que fue un mortal. Al surgir esta danza en Brasil los negros buscaban conectarse con lo que quedó del otro lado del océano”, relata Lali. “La necesidad de bailar está en que el cuerpo manda un mensaje, traiga un mito que advierte o recuerda algo”, indica la investigadora y docente, licenciada en comunicación social y magíster en danza.

Ese forma de comunicación distinta fue transmitida en la calle, durante la marcha del 24 de marzo, con la danza del grupo Iró Baradé (coordinar con la naturaleza), con el que trabaja Lali en Rosario, desde hace 13 años.

“Nuestra danza interpela a la identidad, bailamos desde nuestra historia con la dictadura, los derechos humanos y los desaparecidos. Bailamos para transmitir liberación, no porque estemos en África”, remarca. “El contexto le da un sentido a la danza, corporalmente nos pasa algo fuerte, resignificando el hecho, como nos pasó también al danzar en marchas por el Ni una Menos”, agrega.

“Contamos nuestro relato”

“Con las danzas afro nos apropiamos del movimiento del otro y contamos nuestro relato. Esa es la línea que me une con otras prácticas, y ese relato no puede no ser político. Por eso, lo de participar en una marcha por los derechos humanos lo sentíamos como una responsabilidad”, sostiene la mujer.  

“El grupo pedía ir a la calle con los tambores y bailar. Lo primero que pudimos percibir fue lo que le paso a las chicas que bailaban en la marcha, algunas ya venían con una historia relacionada . Y fue un desafío –admite– porque no estábamos acostumbradas a bailar cantando y con los bombos. Pero para meterse en lo afro hay que empezar por incomodarse desde un lugar”.

“Ya en la marcha del 24 de marzo de 2005 –recuerda Lali– salí con pollera blanca y un tambor. Y, sin convocarnos, todas nos encontrábamos con esas faldas y tambores. Por entonces participaban murgas, zancos, grupos de teatro, pero no esto del tambor y el baile como presencia en la marcha”.

Espontáneo y visceral

La bailarina explica que tras las experiencia en la calle quedó incorporado “lo muy espontáneo y visceral”.  “Nos reforzó el sentido de bailar. En Brasil tienen un origen religioso, lo que tomamos con respeto”, contó. “Estudie el tema en Bahía durante tres años, debía ver cómo vivían allí, cómo se relacionan y ver cómo era esa cultura. Eso me ayudó a traducir esas danzas desde la resistencia que genera”, explica.

“Ellos tenían otra relación con la esclavitud, en África era algo común, pero al ser capturados y traídos encadenados y encerrados en navíos, la cuestión era distinta. Las familias se desmembraban, por eso los quilombos eran lugares tan fuertes, donde se reencontraban con algunos parientes y sus religiones”, reseña. “Se juntaban antiguos rivales a muerte, por eso el candomblé es un guiso de distintas etnias que con su fuerza les permitía superar esa diferencias, algo que debemos tomar”.

“No se baila, se siente”

Foto: Julieta Plouganou Rotania.

“Al acercarse sin hablar las mismas lenguas, necesitaban expresarse y encontrarse desde el cuerpo y los tambores. Tomamos ese modo de resistencia para preguntarnos dónde ponerla en nuestra historia y trabajar con ese formato”, cuenta Lali, y añade “Un maestro africano me decía, no se baila, se siente. Hay una relación con el tambor y con el piso. Hay que entender esa cosmovisión y que la relación con el cielo y el tambor es otra. Si no se ves eso, no se puede acercar a esa cultura”.

“Los pasos son gestos, que quieren ser comunicantes. Cuando hablo de comunicación, hablo de un intento. Hay un dios africano que es el mensajero, quiere estar en las encrucijadas. Esa comunicación es algo que fluye invisible, sale por los intersticios, no te diste cuenta y paso algo y el cuerpo dice otra cosa. Se trata de combinar con la naturaleza del otro ese sonido que hacen los cuerpos que se chocan”.

Isa y Lucía

“Estudié comunicación social, pero no hice periodismo porque siento que la comunicación pasa por el cuerpo. Pero me gusta la docencia, soy profesora de “Cultura y subjetividad”, en el primer año de Comunicación Social.  “Pero siempre bailé desde chica, tenía una relación con el cuerpo y me parecía que había una energía en movimientos colectivos. Así me encuentro con la danza y una maestra bahiana: Maria Isabel (Isa) Soares”, rememora. “Ella vivía en la Boca, era negra y tenía un hijo. Ella tomó la danza como una forma de incluirse en la comunidad porteña, daba clases con una propuesta distinta; buscaba relacionarse con la danza, con el movimiento y el cuerpo, no copiar de ella y reproducir lo que hacía”, relata.

“A partir del movimiento de Isa –continúa– uno podría armar su propio relato. Quedamos con la cabeza partida porque su propuesta era opuesta a las formas pedagógicas que se conocen en las escuelas y eso me interpeló muchísimo. Supe que ese era el lugar donde quedarme, más allá de lo afro y de la danza, me interesaba ese modo de transmisión que ella tenía y que me invitaba a otra forma de bailar”.

Isa comenzó a viajar a Rosario y se armó un grupo. “Había estudiantes de historia y filosofía, además de quienes eran convocadas por lo Afro. Pero su propuesta fue más fuerte, no había forma de quedarse con copiarle los pasos, no interpelaba desde dónde voy a bailar afro, con qué autoridad y cómo tomarlo con respeto”, detalló.

“En 2001 conocí a Lucía Molina, de Santa Fe (ver “El candombe de la memoria”, Las raíces negadas Parte uno, en el Eslabón Nº 297). Y vino a Rosario a trabajar con un grupo que se armó también con chicas de Santa Fe y Paraná: Pero nos interesaba algo más que bailar. Algunas teníamos ya experiencias de danza, pero era otro el desafío: construir un modo de bailar, no veníamos de Brasil y debíamos salir del lugar de confort y crear un modo distinto de danzar”.

Una postura política

Sobre el grupo dice que “no son bailarinas, son chicas comunes con mucho tiempo bailando”.

“Cuanto más vocabulario tenés, más podés expresarte. En 2003 y 2004 hicimos los primeros seminarios. También surgieron grupos de capoeira. Necesitábamos un sentido para darle a esas prácticas y modos de expresar la situación que vivíamos. Ello venía ligada a una postura política clara. No era una danza tipo hobbies”, aclara.

“Después caímos en la fuerza comunicacional, lo festivo. Vimos qué sucedía a la gente que miraba, empezaban a bailar y se metían en la ronda. Trabajamos mucho en la mirada hacia fuera, como diciendo que esto también lo podés hacer vos. La danza tiene que ver con cómo pensás. La clásica viene de la época de la edad media, algo sobrenatural y para gusto de reyes. Por eso sentimos que hay romper y usar otro lenguaje”, señala.

“Empezamos de a poco y nos dimos cuenta que el escenario de la calle era el que más nos fortalecía, en el sentido de todo lo que deseamos dar en la danza. Nos gustan también otros espacios, fuimos a bailar a la cárcel, en la Unidad 3”, agrega.

Educación en danza

“Se suele envasar los pasos africanos en un formato occidental, se copia y se arman coreografías arbitrarias. Aquí se proponía otra cosa, manejarse con nuevas posibilidades y relaciones, con estados corporales que se traen de lo cotidiano. No es buscar si tenés un negro en tu familia pero sí que veas tu forma de moverte en lo cotidiano. Se debe encontrar una forma de relacionarnos con el cuerpo y no encontrarse con otros para hacer una misma danza, sino ver la forma de abordarla, sentirla. Hay que sentir al cuerpo”, explica.

Su tema de doctorado es “Corporalidad, comunicación e identidad cultural. Re-versiones del candombe porteño”. Al respecto sostiene que “hay algo en la comunicación que no es racional, tiene que ver con lo emotivo. Isa decía que se debe pisar con el tambor y que el pie sea una descarga a tierra, que hasta permite hacer vibrar la voz”.

Folclore y negritud

“Nuestra tradición con el folclore es otro capítulo, las coreografías de la china y el gaucho con una parodia o caricatura del estereotipo argentino, no tiene nada que ver con nosotros. Por eso se transforma en una danza aburrida y la forma de enseñarla es de memoria: dos pasos adelante, dos pasos atrás, giro, zarandeo, zapateo. No nos hacen escuchar la música que nos permita sentir que el paso tiene que ver con un ritmo en los pies, el cuerpo y el agitar de la pollera. El folclore tiene una gran riqueza pero está totalmente blanqueada”, advierte. “Se logró una invisibilizacion del negro y del gaucho, hasta casi se niega la raíz afro en la chacarera y el tango. Pero la identidad se reconstruye todo el tiempo”, afirma Lali.

Relatos de una historia

La asociación Misibamba, de la comunidad afroargentina porteña, busca empezar desde la educación y esas fiestas escolares donde se usa el corcho quemado para tener negros en las actuaciones. Y explican que cuando se baila y toca el candombe porteño, se habla y relata su historia. “Tocolobombo” es una agrupación civil, de la que participa, pero más que un grupo musical, es un espacio de militancia que busca estudiar, investigar y difundir esos trabajos, con los distintos tipos de candombe.

Lali sostiene que “no es bailar y bailar, lo que cambia el paradigma, es cuando se busca un relato, cuando se busca que la danza narre algo e interpele colectivamente, eso es transformador para el grupo y para los que miran en una sala, un centro cultural o en la calle”.

Finalmente resalta: “No es narrar algo lineal, rescato de la facultad esa enseñanza sobre el saber qué es lo que se quiere contar”.

Fuente: El Eslabón.

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