(Nota publicada en la edición 103 del periódico El Eslabón, de julio de 2010)

Agustín Feced es nieto del Comandante de Gendarmería que dirigió el centro clandestino de detención de la dictadura más grande de la región, que funcionó en el ex Servicio de Informaciones de la Policía de Rosario. Hace poco tiempo tomó real noción de quién fue su abuelo, al que nunca conoció personalmente. Vivió toda su vida con un documento y una partida de nacimiento truchos. Jamás tuvo contacto con su padre y lleva el apellido de su madre, Analía Feced. Su historia tiene tantos interrogantes que llegó a presentarse a Abuelas de Plaza de Mayo para averiguar si es hijo de desaparecidos, una duda que persiste. “Recién entendí la connotación de mi nombre cuando no hace mucho lo puse en internet y vi todo lo que salía”, contó a El Eslabón. El joven, que tiene militancia política en el ámbito universitario, rompe con la tradición de los familiares de los represores que defienden el genocidio. “Levanto sin titubeos las mismas banderas que los compañeros desaparecidos”, afirma.

Punto de partida

“Un tipo de Mar del Plata contó en una reunión de abogados de derechos humanos que allá hay un joven que supone que es hijo de desaparecidos y que se llama Agustín Feced”, fue la frase que dio origen a esta nota. La increíble historia debió esperar tres años para ser contada públicamente, un tiempo fijado por el propio protagonista, que atraviesa un complejo proceso de reconstrucción de su identidad. El primer contacto de El Eslabón con Agustín Feced nieto fue en mayo de 2008 y por teléfono. En esa comunicación que duró casi una hora el joven marplantense contó parte de su vida. Hacía muy poco había empezado a buscar respuestas a algunos interrogantes que lo perseguían desde chico. En aquel diálogo Agustín comentó que hacía apenas unos dos años se había iniciado para él “un proceso de búsqueda” que le permitió “comenzar a abrir los ojos”.

Agustín es un joven criado en una familia que tenía fijado para sí un destino en «alguna de las tres fuerzas militares». Pero ya desde el colegio secundario mostró interés por la participación política. Su relato rompe con la típica historia de los familiares de los represores, discute profundamente el mandato familiar, lo que da cuenta de otro aspecto de la condena social que el largo trabajo de los organismos de derechos humanos logró instalar en una gran porción de la sociedad argentina, incluso en círculos insospechados. “Es probable que si mi abuelo me viera discutiendo este sistema social y político, si me viera militando por un cambio, se revolcaría en la tumba, y estaría bien que eso revolcara”, reconoció Agustín. En esa oportunidad prefirió no grabar una entrevista. “Necesito tiempo para seguir procesando todo esto”, pidió.

Segunda vuelta

El segundo contacto con Agustín fue en Rosario, en el marco de los festejos por el octogésimo aniversario del nacimiento de Ernesto Che Guevara, a mediados de junio de 2008. Agustín llegó a la ciudad donde su abuelo fue dueño de la vida y la muerte de tantos jóvenes de su misma edad, junto con sus compañeros de la agrupación universitaria CAUCES, que lo llevara a ser presidente del centro de estudiantes de la facultad de Ciencias Económicas de Mar del Plata.
En esa ocasión, en medio de unas cuantas vueltas de cerveza que circularon por la mesa del bar de Francia y Santa Fe, Agustín continuó desmenuzando detalles de su vida, sin terminar de cerrarle la idea de hacer pública su historia.

En ese encuentro, entre otras tantas anécdotas, contó que en enero de aquel año su madre se había ido de un día para el otro de la casa, cuando se enteró de la búsqueda que él había comenzado. “Mi vieja encontró en casa una hoja con datos de mi abuelo, en la que se notaba que yo estaba buscando información sobre mi origen y sobre quién fue él, y luego de ese episodio se fue de casa. Sé que está en Buenos Aires, hace cinco meses que no la veo, sólo he hablado por teléfono en unas cuantas oportunidades. Pero desapareció”, relató el joven la madrugada del 14 de junio de 2008.

En esa charla, Agustín dio cuenta de la necesidad de reconstruir su identidad, de las contradicciones y resistencias que le produce enfrentar el complejo panorama familiar. “Nunca tuve contacto con mi viejo ni con ningún familiar. No conozco ningún tío, primo, nada. Yo llegué a pensar que podía ser muy común no tener contactos con ningún familiar”, confesó.

Agustín recordó en esa conversación que le fue muy difícil tomar la decisión de acercarse a Abuelas de plaza de mayo. “Me tomó un año y medio el ir a hacerme el ADN. Finalmente me dio negativo. Me dijeron que más allá del resultado la cosa no está del todo cerrada y que debía seguir investigando”, explicó.

Entrevista directa

En Semana Santa de 2010 Agustín Feced nieto vino por segunda vez a Rosario. En ese encuentro, frente al laguito del Parque de la Independencia y acompañado por su compañera ‒una joven abogada que integra el equipo jurídico que lleva adelante los juicios contra los genocidas en Mar del Plata‒, accedió finalmente a grabar una entrevista, ya convencido de que lo suyo podía ser “un aporte al debate social y la revisión del pasado genocida de nuestro país”, que “es importante mostrar una mirada diferente de un familiar de represores de la dictadura” y que además, al hacerse pública su historia, alguien podría aportarle datos para su búsqueda y reconstrucción identitaria.

¿Cuándo tomaste conocimiento sobre quién fue el Comandante de Gendarmería Agustín Feced, tu abuelo?

—Siempre supe que mi familia venía de militares, siempre existió esa pertenencia familiar a las fuerzas. Pero nunca supe cuál era la incidencia de mi abuelo dentro de las fuerzas, mucho menos cuál había sido su función en la dictadura. Cuando empiezo a militar en la facultad comienzo a interrogar la historia, a tener conciencia de lo sucedido el 24 de marzo del 76, a partir del contacto con militantes de esos años. Me acuerdo cuando un amigo y compañero me preguntó en el baño de la facultad si sabía quién era mi abuelo. Yo le dije que sí, que había sido un militar y que además había comentado algo con mi madre sobre un libro en el que recopilaban archivos del terrorismo de Estado en la provincia de Santa Fe, pero no fue más allá de ese comentario. En mi juventud fue algo que no quise enfrentar de lleno, pero como me llamo Sebastián Agustín Feced y todo el mundo me conoce por Agustín Feced, fue algo que no pude evitar. De a poco me fui interiorizando cada vez más sobre el personaje que había sido mi abuelo.

—¿Cuál fue tu reacción cuando cobraste real dimensión de lo que representa la figura de tu abuelo en el marco del terrorismo de Estado en Rosario?
—Después de ese momento no salí corriendo a buscar un libro o información sobre mi abuelo, no fue algo inmediato. Con el tiempo sí busqué, pero es algo que hasta hoy me es difícil digerir, puntualmente cuáles fueron sus acciones. Pero sé y tengo bien claro la envergadura de mi abuelo y su participación en el proceso de la dictadura en Rosario. No he podido leer en detalle algunas cuestiones, porque justamente… ¡Es mi nombre! Es muy chocante, yo firmo y aclaro con ese nombre y ese apellido, aunque ya sé que no soy yo, que no puedo hacerme responsable de los actos de mi abuelo.

—¿Pudiste hablar con tu madre sobre la historia familiar y tu abuelo?
—No lo logré preguntándole a mi madre, es algo que nunca quise hacer, porque es su padre, la unen sentimientos de familia como a cualquiera. Fue una cuestión de hablar con compañeros y gente informada sobre los hechos. Me ha costado mucho encararlo por mí mismo, sea por medio de la lectura o buscando información.

—¿Qué significa para vos ver tu nombre y apellido ligado a cuestiones que repudiás?
—Ver mi nombre y mi apellido en algunos textos, en internet y demás medios, a partir de que empecé a reconstruir mi historia familiar, y ya desde una visión militante mediante la que obtuve una visión mucho más acabada al respecto, de alguna manera me hizo sentir como culpable, algo quizá ilógico. Uno milita todos los días para una transformación y lo hace desde una visión histórica en la cual mi nombre está vinculado con la dictadura militar. Lo hago combatiendo ese modelo de sociedad implantado a cambio de la sangre de los compañeros que sufrieron, algunos de ellos, los actos de mi abuelo. Tengo sentimientos encontrados por la significación de mi nombre en la ciudad de Rosario. Más allá de mi nombre y apellido, de mi historia familiar, hay un pibe que se llama Agustín Feced, igual que aquel milico y hasta relacionado familiarmente con él, que tiene otras ideas y otra visión de aquel proceso, diferente de lo que ha sido la visión de algunos innombrables familiares de militares que defienden fervientemente las acciones del nefasto proceso, una visión que no se corresponde con la lectura política de los dos demonios y demás excusas políticas. Levanto sin titubeos las mismas banderas que los compañeros, la reconstrucción de la memoria y la búsqueda de una sociedad mas igualitaria.

—¿Qué cuestiones específicas te llevaron a sospechar que podías ser hijo de desaparecido?
—El tema de mi partida de nacimiento es un punto importante para esta sospecha. Yo sé que mi partida es trucha y el primer DNI mío se hace el mismo día en el que fui inscripto, inmediatamente. Cómo se hizo ese DNI podría ser una de las cuestiones puntuales que yo podría tomar para avanzar en la reconstrucción de mi identidad. Esos son los datos más puntuales de los cuales tengo conocimiento y que dejan abiertas posibilidades sobre el origen de mi identidad.

—¿Cómo llegaste en determinado momento a tomar la decisión de acercarte a las Abuelas de Plaza de Mayo?
—Es una cuestión que me costó mucho también. La tomé por el hueco que existía en mi historia familiar, el no tener contacto con ningún pariente de ninguna clase, hasta con mi viejo mismo. El núcleo de mi familia se reduce a mi madre, ella es mi familia. El no tener fotos de más chico, ninguna constancia de ese estilo muy común en cualquier familia y el saber sobre el rol de mi abuelo hizo que me surgieran estas dudas. Al avanzar encontrando algunas respuestas, acercándome a los organismos de derechos humanos, me enteré que había una denuncia sobre la apropiación de mi identidad de la que yo no tenía noción hasta entonces. La decisión no fue fácil. Y hacerme el ADN no fue solamente por el hecho de reconstruir mi historia familiar sino también una convicción militante.

—¿En qué fecha te acercaste a las Abuelas?
—A fines de 2005, principios de 2006, en Mar del Plata. Fui con dudas concretas, había una gran cantidad de personas que se acercaban a Abuelas debido a la actual política nacional de derechos humanos. Por este motivo pasó un tiempo hasta que me hice el ADN. Antes del ADN me llamaron y tuve una charla con las Abuelas para prepararme. Me comentaron de las herramientas de contención que ellas brindaban después del ADN y de la importancia que implicaba tomar esa decisión, siempre marcándome que yo manejaba los tiempos del trámite de la reconstrucción de mi identidad. Me tomó un tiempo tomar la decisión. Finalmente me hice el ADN y el resultado me dio negativo.

—¿Cuál es la explicación que recibiste sobre la poca relación que existía entre vos, tu mamá y el resto de tus parientes?
—La historia que me contó mi vieja se basa en peleas familiares. Con la vuelta a la democracia y el avance de los juicios en la época de Alfonsín, cuando toma estado público el accionar del Proceso, que implica a la figura de mi abuelo, se producen diferencias entre mis familiares. No conozco los detalles de esas diferencias pero sí que existieron, mi vieja no veía de buena manera la lectura del Proceso que hacía el resto de mis familiares. Esto es bastante reciente. Anteriormente, durante mucho tiempo yo ni siquiera ponía en tela de juicio el hecho no tener ningún vínculo familiar.
Era común para mí que mi familia sea sólo mi vieja, lo empecé a cuestionar siendo más grande. De mi viejo sí hubo algunas explicaciones: ella me reconocía el hecho que él era militar de la Marina en Bolivia. Mi madre me cuenta que en ese país es donde nací yo y que ella se pelea con mi viejo en Bolivia, estando embarazada de mi, según me comentó. Y recién nacido vinimos para Argentina. Mi partida de nacimiento dice que yo nací en la ciudad de Rosario el 13 de octubre del 81 y fui inscripto el 30 de diciembre del 81 en el Registro Civil. Me inscribió sólo mi vieja, en la inscripción dice sólo hijo de Analía Feced. No hay ningún dato del padre, cosa rara porque en esa época era muy raro inscribir a un niño sin que figure el padre. Con el tiempo mi vieja me reconoce que mi partida de nacimiento era trucha, no era legítima. Me lo confiesa en una charla, en una de las tantas en las que fui reconstruyendo mi identidad de a poco, porque no fue algo que traté a fondo en un sólo momento con mi madre. Sin plantearle el por qué de algunas cuestiones, hablando de la historia familiar, ella me ha dicho esto de la partida, que la había arreglado mi abuelo.

—¿Hay algún asiento en Bolivia que documente tu nacimiento?
—No conozco cómo es la cuestión formal en Bolivia pero presumo que sí, que debería existir. Mi vieja me dijo en todo momento el nombre de mi padre, Carlos Miguel Álvarez Delgado. Nunca me lo ocultó, aunque yo no tuve en ningún momento contacto con él.

—¿Qué significa para vos la militancia y cuánto tuvo que ver para la reconstrucción de tu identidad?
—Hay muchos compañeros que tuvieron desde el seno familiar una inclinación hacia la participación. Yo nunca la había tenido, pero me nació desde el secundario, cuando no tenía ni idea de lo que significaba la participación política. En la secundaria tuve un fugaz paso por la conformación del centro de estudiantes. Ya en la facultad entré en un ámbito de debate, de discusión política. En la época del gobierno de la Alianza se conmovió a todo el sistema universitario. En Mar del Plata incluso en las facultades menos movilizadas como era la de Ciencias Económicas. Ahí es cuando uno se da cuenta que la política tiene que ver con la transformación, que es la herramienta para cambiar en algo nuestra forma de vivir, construir una sociedad más justa. Estos son los factores que causaron mi acercamiento a la política. Empecé a militar en una agrupación independiente de la década del 90, una de las tantas agrupaciones que nacieron en esa época sin pertenencia política, algo que hoy en día no se puede imaginar porque significa no tener proyecto de país, es concebir la militancia solamente en la facultad, sin proyecto político. Muchas de esas agrupaciones independientes han desaparecido, otras han avanzado en el debate y se han hecho orgánicas de partidos de izquierda o de partidos más tradicionales. Mis compañeros de esta agrupación son los que marcaron principalmente mi línea política, esta agrupación nace de un grupo de docentes que se acercan a incentivar a estudiantes con un buen nivel académico, con proyección a futuro. Nace del rechazo a lo que estaba, que era Franja Morada. En el 2000 se da este corte generacional donde se empieza a tener otra orientación política: dejamos el rechazo a la política, muy en auge entre los estudiantes en esa época. En este proceso se da la toma de la facultad de Ciencias Económicas, algo inédito y masivo. Yo recién empezaba a militar y fue algo muy llamativo para mi, que se dio por una cuestión del cambio del régimen de enseñanza. Nuestra agrupación aglutinaba una heterogeneidad de sectores, alimentada por la palabra independiente, justamente donde era imposible construir una línea política. La toma de la facultad por los derechos académicos fue algo que produjo un crecimiento de nuestra agrupación por el hecho de que nos salió bien, estuvimos tres días en la facultad. En un momento unos compañeros me comentan que estaba mi vieja en la puerta, algo que me sorprendió. No recuerdo bien por qué motivo recayó en mi la tarea de conversar con un periodista. Luego de esa charla salió una foto en la tapa de un diario donde comentaban la toma de la facultad, eso fue lo que empujo a mi vieja a ir hasta la facultad para ver qué estaba haciendo. No pasó de más que un par de explicaciones que mi vieja entendió sin ponerse dramática.

—¿En algún momento tu madre te cuestionó o se molestó por tu militancia?
—Cuando empecé a tener en cuenta la formación política por medio de la lectura, empecé a llevar determinados libros a casa, como “Las venas abiertas de América Latina” y algunos de Marx. Por esto un día mi vieja me preguntó, posteriormente a una charla sobre el 24 y algún tema de política que habremos tratado. Un día vio unos libros en la mesa de luz, justamente uno que tenía la tapa roja, y al ver eso me miró y me preguntó: “¿Vos qué sos?”. Algo muy difícil de responderle a mi vieja, teniendo en cuenta mi historia familiar. Cualquier tipo de respuesta que yo le hubiese dado no le iba a gustar mucho. Igualmente le respondí, con una respuesta media lavada explicándole lo que me motivaba a la participación y lo que me despertaba la búsqueda de la justicia social. De ahí se desprendió una discusión política que no se extendió mucho; con mi vieja trataba de abordar algunas cuestiones de a poco.

—¿Cómo tomó tu madre el hecho de que algunos parientes tuyos se cambiaron el apellido Feced para no llevar el de tu abuelo?
—Eso fue bastante reciente, lo he hablado con mi madre, consultándole parte de mi historia familiar. Ella me explicó que uno de los motivos de la ruptura familiar fue cuando alguno de sus hermanos empezaron a usar el apellido materno, que es Abal. Encima mi vieja lo emparentaba con la cuestión de Montoneros, de Abal Medina. Eso molestó mucho a mi vieja, el no mantener el apellido de su padre. Alguno de mis otros tíos también se había cambiado directamente el apellido para que no se los relacione con Feced.

—¿El dato que refiere a la muerte de tu abuelo, que no se habría producido cuando oficialmente fue anunciada, es algo que tu madre comentó con vos?
—Una vez que yo empiezo a interiorizarme sobre la historia y la vida de mi abuelo, hablé este tema con mi madre. Ella me confirmó que él había vivido unos años más de la fecha que oficialmente se anuncia como la de su muerte, que es falsa. Nunca lo conocí a mi abuelo. El único recuerdo que tengo es de muy chico, habré tenido 4 o 5 años, cuando mi vieja me dice que mi abuelo estaba en Mar del Plata. Presumo que fue antes de empezar primer grado, me comentó que mi abuelo estaba en el edificio en el que vivíamos nosotros en Mar del Plata. Yo era muy chico, no tengo recuerdos del momento exacto, sí de que mi vieja había ido a ver a mi abuelo. Posteriormente me acuerdo cuando mi vieja me dijo sobre el fallecimiento de mi abuelo.

—¿Cómo definís a la dictadura militar que tuvo a tu abuelo como un alto referente de la represión?
—Hacerme una lectura de la dictadura formó parte de un proceso de muchos años, en el que además de construir una concepción colectiva con mis compañeros de militancia hubo algo individual, que tiene que ver mucho con el hecho de sentarse a leer informes y repasos de nuestra historia reciente. Nosotros lo hemos discutido muchas veces entre los compañeros como una cuestión en la que se incluyen no sólo las fuerzas armadas y los cuerpos del Ejército, sino una acción que culmina con un golpe cívico-militar en el que muchos sectores económicos participaron, y donde dentro de ellos los medios de comunicación tuvieron una fuerte participación. En un momento dentro de nuestra agrupación planteamos el hecho de dejar de hablar de los 30 mil desaparecidos para pasar a decir 30 mil compañeros desaparecidos. Más allá de las banderas que levantaban o del lugar donde militaban los concebimos como compañeros, en la búsqueda de ese ideal de sociedad que perseguían a través de los canales que se les abrían para la participación, como Montoneros, ERP, FAR, FAP, todos los sectores que lucharon por los ideales de esa sociedad en un contexto mundial donde la lucha armada estaba legitimada como parte del proceso de cambio.

—¿Desde la agrupación donde militás han trabajado el tema de los desaparecidos?
—Dentro del perfil que tenía la agrupación, con esa visión apolítica de la política, que es una posición política en sí, se fueron formando compañeros que tomaban la temática de los derechos humanos muy fuertemente. No había ninguna lista de quiénes ni cuántos habían sido los estudiantes y trabajadores desaparecidos de la facultad, así que trabajamos en un proyecto para la construcción colectiva de la identidad que hoy sigue y trata de completarse, que toma en la primera parte a los estudiantes detenidos desaparecidos, después a los trabajadores universitarios y luego a los docentes. Se trabajó muy bien ese proyecto, en el sentido de empezar un proceso de discusión, en el cual yo también me nutrí sobre las consecuencias que se producen durante y luego del proceso militar, escuchando a los compañeros, haciendo hincapié en las consecuencias políticas y económicas para no quedar sólo en el hecho reivindicativo de los derechos humanos. Lo primero que hicimos fue un mural con los nombres de los compañeros de la facultad detenidos desaparecidos, eso fue lo que pudimos impulsar desde el lugar en el que teníamos dentro de la facultad. Ahora nos toca desde un lugar mucho más amplio que es dentro de la sociedad en su conjunto, con las dificultades que eso implica. A esto lo impulsamos desde CAUCES (Corriente de Acción Universitaria de Ciencias Económicas y Sociales), un nombre que no dice nada por sí, pero le hemos puesto contenido político a lo largo de la práctica política.

¿Qué interrogantes aspirás a responder sobre tu identidad y tu historia?
—Más allá de alguna pregunta puntual con respecto a mi historia familiar, cualquier información me ayuda a avanzar en la reconstrucción de mi identidad. Sin tener respuesta a un montón de preguntas intento seguir avanzando. También trato de encontrar un poco de serenidad en esta búsqueda de la reconstrucción de una identidad familiar desconocida por mí. La respuesta que más serenidad me ha brindado es la de identificarme como militante, y que comparto un montón de banderas con los sectores que están trabajando todos los días por la memoria colectiva y el cambio para una sociedad distinta.

Fuente: El Eslabón

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