Yo no sé, no. Pedro se acuerda que, antes que nada, cuando llegaba al campito con el padre de Juanca y el tío, empezaban a tirar unos centritos por bastante tiempo. Ahí, aprendió a saltar y usar la cabeza, y también a defender ese pedazo de tierra porque venían los más grandes y los querían correr. Aprendimos a saltar por lo nuestro y por los compañeros, a la postre una regla no escrita: saltar por el equipo y los amigos.
En ese tiempo uno admiraba a los centrales de casi todos las defensas porque eran muy buenos cabeceadores. Tanto, que el déficit mayor de los arqueros era que no salían a cortar centros. Pedro se acuerda que en aquellos tiempos uno saltaba en el bailongo, en la esquina o en algún paredón, cuando militaba defendiendo una pintada, una pegatina o en una asamblea cuando se armaba una trifulca. En esos años, no solo se saltaba por la amistad, aprendimos a hacerlo por otras cosas. Hubo compañeros que saltaban por la justicia social, por el regreso de Perón, por la soberanía nacional. Inclusive los que estaban más a la izquierda saltaban por sus ideales con gran convicción.
Hasta que de pronto apareció esa dictadura que, como diría el Diego, nos dejó sin piernas. También aparecieron saltos de resistencia que a algunos les llevó la vida. Y hasta apareció ese tan importante que fue cuando el movimiento obrero se enfrentó a los milicos el 30 de marzo del 82.
Después apareció Menem, que parecía que iba a saltar por los intereses nacionales y sin embargo fue todo lo contrario.
En estos últimos años volvimos a saltar, y lo más importante es que lo hicieron los pibes. Sin embargo ahora –piensa Pedro–, estos cosos que nos gobiernan nos tienen arrinconados en nuestro propio arco”. Y sigue: “Pero capaz que si zafamos de éstos centros envenenados empezamos a pasar al ataque. Y vamos con los mejores tipos para saltar y usar la cabeza. No nos van a dejar afuera, así tan fácilmente”, dice Pedro mirando la tele. Y yo no entendí si se refería al país o a la selección.