13 El Eslabón 05-05-2016 color

El legendario Osvaldo Soriano narró las pasiones y tensiones de esos políticamente incorrectos que combatían a la hegemonía porteña.

“La independencia quedó consagrada en 1816, pero los «liberales» ya habían copado el gobierno, asociados a los comerciantes ingleses”, dice el memorable periodista y escritor Osvaldo Gordo Soriano, en Cuentos de los años felices, editado por primera vez en 1993.

En los últimos trece años de su vida, desde sus días en el exilio parisino, el autor de No habrá más penas ni olvidos empezó a escribir, como dice en el libro citado: “La otra historia”. Le dedicó mucho tiempo a una seria investigación, y remarcaba que “la historia argentina está mal narrada”.   

No pudo llegar a escribir la historia de French y Berutti, quienes lo emocionaban en esa actitud de repartir sablazos y no escarapelas. Soriano, nacido en Mar del Plata en 1943, pasó a trascender y vencer a la muerte con su ética y compromiso en 1997.  

El Gordo, también autor de Cuarteles de invierno, quería escribir una ficción sobre la Revolución de Mayo, Belgrano y Moreno. No llegó, pero su huella fue tomada luego por otros historiadores que le faltaron el respeto a don Bartolomé de las Falsedades Buitre y sus invenciones del pasado.

“El primero que se levanta en armas contra la revolución, en Córdoba, es el general Liniers, héroe de la reconquista. Castelli lo detiene y lo fusila; luego sigue hacia el Norte, y en esos cerros desolados captura y pasa por las armas al mariscal Vicente Nieto, represor del levantamiento popular de 1809”, dice Soriano, mientras le pone pasión y saca a la historia de las tertulias de las familias patricias para plantarla en los campos de batalla, entre tensiones y desgarros patrióticos.

Y agrega sobre ese ambiente que no se ve en la historia oficial: “Esa furia era la prueba de que la Revolución de Mayo no era un discurso vacío sino una decisión adoptada por la mayoría de los pueblos expoliados de la colonia española. Castelli lanzó el primer grito de libertad en el Cabildo y lo llevó en su marcha para que lo hicieran suyo quienes soñaban vivir como ciudadanos «fraternos, iguales e independientes»”.

“Una revolución terminada en proclama”

Entonces, más allá de esa oratoria que la historia oficial admira de Castelli, Soriano resalta que fue justamente Castelli “quien exhortó a los indios a organizarse y elegir sus propios diputados para que los representaran en el gobierno central; él combatió por una revolución que no terminara en una simple proclama burocrática”.

En ese estilo informal, cargado de una naturalidad que hace que los próceres se comporten como atolondrados y apurados humanos, el escritor hace que se comprenda que cualquiera puede ser patriota y jugarse por un proyecto. En su relato traduce a la historia oficial en un proceso protagonizado por gentes como cualquiera. Así explica que “el coronel Saavedra, que conocía a Castelli «por sus locas ideas» y tenía que enfrentarse en el Cabildo con Moreno, llamó al regimiento de Patricios del coronel Martín Rodríguez y con los gauchos más conservadores de Buenos Aires dio un golpe de Estado en abril de 1811. Moreno había sido derrocado en diciembre, y Castelli y Belgrano fueron presos. Muy pronto, el liberal Rivadavia iba a adueñarse de la política de la Junta. Si los valores de Mayo sobrevivieron a la derrota en 1811 fue porque San Martín, acompañado por Bernardo Monteagudo, marchó a Chile y Perú para derrocar definitivamente a los españoles”.

Entonces, también retoma el desenlace de esa gesta de Mayo, que muchos cínicos recuerdan sin revalorizar y darle vigencia a ese proyecto: “San Martín abandonó el país asqueado por la entrega de la soberanía que habían puesto en marcha Rivadavia y los suyos. Belgrano murió en la pobreza, olvidado y renegando de los traidores. A Castelli le cortaron la lengua para que no pudiera defenderse ni recordar los primeros sueños de Mayo. Moreno murió o lo mataron en alta mar. La primera independencia fue negada y traicionada. Desde entonces este país pertenece a los dueños de los bancos y de la tierra”.

De Castelli a Trotsky

Durante un congreso del Movimiento al Socialismo (MAS), a comienzos de los 90, cuando las divisiones en la izquierda no habían estallado, Soriano participa de ese debate. En una nota de Walter Marini y Hugo Montero (revista Sudestada Nº 77) se indica que el Gordo “escucha en silencio los informes de situación nacional, se revuelve en el tedio de las discusiones posteriores y de golpe, de la nada, pide la palabra. Quiere decir algo: «Escúchenlo a Castelli, la gente sabe quién es Castelli, lo tiene, es una figurita nuestra. Guárdenlo a Trotsky y usen a Castelli. Claro… Castelli no ha desarrollado una teoría de la historia, pero ellos, Belgrano, Castelli, Moreno y demás, son gente que en su momento defendió valores que tienen que seguir siendo universales…»”. Lo que no nos indican los autores de la nota es la reacción de los presentes.

Soriano advertía en sus notas sobre historia: “La segunda y definitiva independencia está por declararse todavía. Las banderas de Castelli, Moreno y Belgrano pertenecen a los hijos de los inmigrantes pobres y de los indios que los revolucionarios querían ver representados en el gobierno”.

Esos ausentes en el gobierno, los que no fueron convocados a Tucumán, eran los que combatían en el litoral contra los ataques portugueses, los que frenaron las invasiones porteñas a los territorios de los Pueblos Libres, que con Artigas, Andresito, la gauchería y los guaraníes ya en 1815 habían declarado la autonomía del centralizado gobierno porteño por un proyecto igualitario y  federal.

Mitre y buitres

El manipulador del pasado para inventar una justificación del asalto al poder de la clase dominante, un tal Bartolomé Buitre Mitre, encubierto en su rol de historiador escondió, interpretó y falsificó la disputa entre los proyectos de país.
Como emplumado mascarón de la oligarquía porteña, además de dejar a Artigas casi fuera de la historia, por ser uruguayo, a pesar que en esa época no existían como tal Uruguay ni Argentina, también se las agarró con toda idea que apuntara a una Patria Grande, Ni las de los federales artigueños ni la otra, la que apuntaba a que un inca encabezara una monarquía cobriza y originaria.

El enérgico levantamiento, entre 1780 y 1782, de Túpac Amaru y sus cien mil lanzas surgidas desde los territorios de la región de Cuzco, convertidos en el virreinato del Perú, había marcado una impronta histórica que Castelli, Moreno y Belgrano admiraban.

En ella veían el comienzo de los levantamientos anticoloniales en el continente, muy anterior a la gesta de las armadas invasiones inglesas (no la económica) que marcan como cimientos nacionales los liberales Bernardinero Rivadavia, Vicente Infidel López, Bartolomé Buitre, y Domingo Faustino Sangriento.

Resultaba repugnante al fino paladar de los patricios porteños y también a sus socios señores feudales de las provincias, edificar una nación desde la entraña de la tierra, que fuera edificada por indios, guachos, negros y montoneras rebeldes.

Artigueños y tupamaros

Indican que en 1816, Buenos Aires tenía una población no mayor a 60 mil habitantes, pero desde Lima a la actual Córdoba, había unos 2.5 millones de personas, en su mayoría hijos de la tierra. Es claro que el temor a esa masa de lanzas llevaba a la oligarquía porteña a denostar con brutales maniobras militares e intelectuales a ese otro proyecto con propuestas americanistas que ponían en  jaque su centralización hegemónica.

Desde los artiguistas a los tupamaros de Belgrano, todos fueron atacados por los relatos oficiales. Pero la clase dominante podía apetecer a un reinado, siempre y cuando fuera “distinguido, decente” y con oropeles europeos y refinamientos basados en la explotación.

Ese odio mitrista a proyectos sobre la Patria Grande que pudieran hacer tambalear al control porteño, lo llevó a traicionar a la Patria y servir a los intereses británicos y brasileños. No aceptaban que, por ejemplo, la capital de las Provincias Unidas se estableciera fuera de Buenos Aires, como ya en 1813 exigían los diputados de la liga Federal.

Fuente: El Eslabón.

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