Ilustración: Florencia Garat.
Ilustración: Florencia Garat.

Está silbando Vampiro, de Charly. Tarareando y haciendo propias las palabras: “Alejate de mis ilusiones, porque este cuerpo es mío nada más”.

¿Qué parte no entiende de que no es mi dueño? Que no soy de él ni de nadie. Que lo quiero, sí, pero no tanto como para que mi vida valga menos que la suya. Que lo extraño, a veces, pero no siempre, ni a cada rato. Que pienso en él, claro, pero no tanto como me lo demanda. Que me encanta coger con él, casi siempre, pero no tanto como para que cuando no tengo ganas, me obligue. Me viole, bah. Porque eso es violar. Besar, tocar, chupar, penetrar a alguien cuando ese alguien no quiere, eso es violar. Penetrar, obvio, sobre todo, pero también todo lo otro.

Si supiera lo que duele y humilla que a una la toquen, la chupen y hasta la besen cuando una no quiere. O que incluso, cuando una justo quiere, que la cojan sólo por el placer propio (ajeno, mejor dicho), por el exclusivamente suyo acabose. Y ya. Que no te esperen, que no sigan, que no les importe un carajo.

Si supiera lo que es que te fajen, con las manos, con un cinturón, con un palo o con palabras. Porque con palabras también se faja. Capaz que no se entera tu viejo, ni tus hermanos, ni las compañeras del laburo, pero anoche te fajaron de lo lindo. Y te violaron. Porque violarte, te violan siempre. Después del perdón de rodillas, de las explicaciones, de la ducha. Después del manipuleo, del traspaso de culpa, del llanto de bebé y el rosario de promesas, te violan. De esa no te salvás nunca. Ni aunque te hagas la dormida o la enojada porque volvió tarde, borracho y con olor a perfume de otra. No zafás.

¿Por qué me tratas tan mal, por qué te escapas, por qué no ves que si me matas, tal vez, entre las sombras renaceré?”.

Por eso escuchás los partidos. Por eso prendés la radio y un pucho acodada en la ventana y hasta hacés fuerza para que Atlético gane. Porque si Atlético gana, al menos viene contento y capaz que te trata con un poquito de eso que llaman amor. Si pierde, en cambio, ya sabés que vuelve con la paliza en los bolsillos, apretada en los puños.

Por eso escuchás los partidos, y por eso esta vez no esperaste a conocer el resultado para rajar con los pibes a lo de tu vieja sino que los llevaste temprano, antes de ir al centro a comprar la cuchilla grande de cocina. Esa que aferrás en la mano derecha mientras el relator grita el tercero de los otros y la brasa del pucho te quema la juntura de los dedos.

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